lunes, 7 de abril de 2014

Hay que coger ese tren

Solemos decir que, en la vida, hay trenes que no hay que dejar pasar. Esta afirmación que tanto usamos en conversaciones coloquiales, cuesta mucho que pase a formar parte de la cultura del quehacer en las aulas. La legislación conforma y forma una peculiar manera de actuar del profesorado. La autonomía, y la visión positivista del diseño de la programación de cada profesor en su aula, no es la que ha predominado en las últimas décadas. Sin embargo, cuando tímidamente nos asomamos a esa “ruptura” de un quehacer marcado por un texto único en el aula, a sus páginas de ejercicios y, cada ciertos temas, a un examen escrito en fotocopia, surge la emoción que nos embarga a todos. No se trata de hacer en las aulas lo que nos de la gana, sino de buscar alternativas diferentes de aprendizaje. Nos hemos adentrado en un panorama educativo donde el profesor ya no es el único poseedor de conocimiento, sino que ahora la función del profesor va mucho más allá de eso. No es que el profesor deje de tener razón, sino que puede ser cuestionado, es decir, no tiene por qué poseer la verdad. Es cierto que no podemos enseñar lo que nos de la gana, pero tenemos en nuestras manos la posibilidad de romper con lo que ha predominado hasta ahora. Creo que deberíamos promover la calidad de la enseñanza desde el punto de partida de promover la autonomía del profesorado. Diseñar medidas que aseguren ésta por parte de la Dirección de los mismos, o incluso a niveles superiores.Los departamentos de los Centros de Enseñanza deben ser instrumentos que aseguren un trabajo mínimo común, elaborando criterios de actuación y propuestas pedagógicas variadas en todos los sentidos. Los profesores tienen cualidades diferentes, motivaciones e inquietudes distintas, visiones que confluyen a unos o difieren en otros. En mi opinión, debemos usar todas nuestras capacidades para que nuestros alumnos se aprovechen de nosotros lo máximo posible. Quizá si todos realizamos lo mismo no baste para explotar todo ese potencial que tenemos, porque hay cosas que precisamente se nos dan mejor que otras, hay determinadas herramientas con las que nos sentimos más cómodos o simplemente manejamos mejor.La coordinación entre el profesorado es fundamental, el ritmo de enseñanza, el seguir criterios conjuntos, etc. Pero creo que estamos en una línea muy delgada que separa la calidad de la enseñanza de simplemente no crear comparativas o diferentes expectativas, muchas veces sobre todo hacia los padres. Y ésta no es la enseñanza en la que yo creo. Yo creo en la excelencia, en la exigencia y en los retos. Valoro a aquellos profesores que dedican su tiempo a preparar sus clases y son capaces de extraer lo máximo de los alumnos . Admiro a aquellos que están profundamente implicados en su actividad profesional. La autonomía del profesor como calidad de la enseñanza es ser imaginativo y poder llevar a cabo esa idea. Es no depender de que, dentro de unos parámetros, se acepte o no su idea. Que viva o muera. Es no caer en una monotonía que desanima, que no lleva a la evolución de la enseñanza. En unos tiempos nunca vividos, se han de desarrollar metodologías quizá nunca llevadas a cabo, nunca imaginadas, nunca creadas. Se ha de tener autonomía para ser creativo. Y sobre todo, se ha de permitir fallar, porque de la búsqueda de soluciones nacerán nuevos proyectos.Firmemente creo en la autonomía del profesorado, enriquecida por la formación continua y permanente  y como base de la autonomía de los centros de enseñanza, que aplaudan las ideas originales y las ganas de trabajar y mejorar.


No podemos dejar de pasar este tren.

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